DESEOS DE PAZ
En
nuestros días, Dios sigue preguntándonos como lo hizo a Caín: “¿Dónde está tu
hermano Abel”. Lo ha recordado el papa Francisco en la Vigilia de Oración por
la paz el pasado día siete de septiembre. Y es que seguimos “sembrando destrucción,
dolor y muerte”. “¡Cuánto
sufrimiento, cuánta destrucción, cuánto dolor ha ocasionado y ocasiona el uso
de las armas!”, había dicho unos días antes. Numerosos cristianos y
miembros de otras religiones nos hemos unido en la oración dirigiendo nuestra
mirada al “Príncipe de la Paz”, porque los anhelos más profundos del corazón
humano se resumen en la palabra “paz”. Ya el profeta Isaías soñaba con un
tiempo nuevo, cuando “de las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra
(2,4). La Paz es un don del Jesús Resucitado, quien había muerto víctima de la
violencia: “La paz os dejo; mi paz os doy” (Jn.14,27).
A la oración por la paz debe
añadirse un afán por eliminar todo tipo de violencia e injusticia. “La paz es
obra de la justicia”, decía Pablo VI. La paz, entendida como una simple
ausencia de guerra, o como sinónimo de tranquilidad en un orden socioeconómico
que es radicalmente injusto, es una falsa paz que, en cualquier momento, puede
derivar en violencia. Una paz duradera siempre lleva consigo el respeto a los
derechos de todos y la búsqueda del desarrollo integral de los hombres y de los
pueblos.
La paz mundial pasa hoy por la
necesidad imperiosa del desarme. “La carrera de armamentos es la plaga más
grave de la humanidad y perjudica a los pobres de manera intolerable” (GS.81)
Mientras millones de personas mueren de hambre, carecen de vivienda, de
trabajo, de colegios y hospitales, hay almacenado en los arsenales militares
suficiente armamento como para hacer desaparecer varias veces a todo el género
humano. Es profundamente inmoral dedicar ingentes recursos económicos y humanos
no para potenciar la vida, sino para destruirla.
Aquella famosa frase “si
quieres la paz prepara la guerra” ha ido cayendo en desprestigio
progresivamente porque se fundamenta en un equilibrio de fuerzas tan peligroso
que en cualquier momento puede romperse. Más bien debemos decir “si quieres la
paz, prepara la paz”, lo cual significa que todos los países y cada uno de
nosotros individualmente busquemos aquellas condiciones sociales y aquellas
actitudes personales que la hagan posible. Trabajar por la paz es rechazar la
mentira, la intolerancia, la injusticia y el egoísmo; y abandonar el espíritu agresivamente
competitivo que busca la acumulación de poder y de riqueza a costa del
bienestar de los demás.
Los cristianos no podemos
renunciar a la utopía de la paz, antes bien mantenernos en el espíritu de las
Bienaventuranzas: “Bienaventurados los pacíficadores, porque serán llamados
hijos de Dios” (Mt.5,9). La paz universal se apoya en los pequeños gestos de
paz que cada uno de nosotros podemos llevar a cabo en la vida cotidiana, en la
familia, entre los amigos, en el trabajo, en nuestro pueblo o en la
ciudad.
† Francisco Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres