miércoles, 30 de diciembre de 2015

DESEOS DE PAZ


DESEOS DE PAZ
 
En nuestros días, Dios sigue preguntándonos como lo hizo a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel”. Lo ha recordado el papa Francisco en la Vigilia de Oración por la paz el pasado día siete de septiembre. Y es que seguimos “sembrando destrucción, dolor y muerte”. “¡Cuánto sufrimiento, cuánta destrucción, cuánto dolor ha ocasionado y ocasiona el uso de las armas!”, había dicho unos días antes.  Numerosos cristianos y miembros de otras religiones nos hemos unido en la oración dirigiendo nuestra mirada al “Príncipe de la Paz”, porque los anhelos más profundos del corazón humano se resumen en la palabra “paz”. Ya el profeta Isaías soñaba con un tiempo nuevo, cuando “de las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra (2,4). La Paz es un don del Jesús Resucitado, quien había muerto víctima de la violencia: “La paz os dejo; mi paz os doy” (Jn.14,27).

A la oración por la paz debe añadirse un afán por eliminar todo tipo de violencia e injusticia. “La paz es obra de la justicia”, decía Pablo VI. La paz, entendida como una simple ausencia de guerra, o como sinónimo de tranquilidad en un orden socioeconómico que es radicalmente injusto, es una falsa paz que, en cualquier momento, puede derivar en violencia. Una paz duradera siempre lleva consigo el respeto a los derechos de todos y la búsqueda del desarrollo integral de los hombres y de los pueblos.

La paz mundial pasa hoy por la necesidad imperiosa del desarme. “La carrera de armamentos es la plaga más grave de la humanidad y perjudica a los pobres de manera intolerable” (GS.81) Mientras millones de personas mueren de hambre, carecen de vivienda, de trabajo, de colegios y hospitales, hay almacenado en los arsenales militares suficiente armamento como para hacer desaparecer varias veces a todo el género humano. Es profundamente inmoral dedicar ingentes recursos económicos y humanos no para potenciar la vida, sino para destruirla.

Aquella famosa frase “si quieres la paz prepara la guerra” ha ido cayendo en desprestigio progresivamente porque se fundamenta en un equilibrio de fuerzas tan peligroso que en cualquier momento puede romperse. Más bien debemos decir “si quieres la paz, prepara la paz”, lo cual significa que todos los países y cada uno de nosotros individualmente busquemos aquellas condiciones sociales y aquellas actitudes personales que la hagan posible. Trabajar por la paz es rechazar la mentira, la intolerancia, la injusticia y el egoísmo; y abandonar el espíritu agresivamente competitivo que busca la acumulación de  poder y de riqueza a costa del bienestar de los demás.

Los cristianos no podemos renunciar a la utopía de la paz, antes bien mantenernos en el espíritu de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los pacíficadores, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt.5,9). La paz universal se apoya en los pequeños gestos de paz que cada uno de nosotros podemos llevar a cabo en la vida cotidiana, en la familia, entre los amigos, en el trabajo, en nuestro pueblo o  en la ciudad.

 

 

† Francisco Cerro Chaves
   Obispo de Coria-Cáceres