Acompañaba
a un grupo numeroso de enfermos y de voluntarios de la Hospitalidad de Lourdes
y me desperté muy temprano. Me sentía inmensamente atraído por la gruta de
Massabielle.
Cuando
salía del Hospital donde me hospedaba, me di cuenta que la lluvia era fría y
que caía de modo incesante, lo que ocurre con mucha frecuencia en Lourdes. Cogí
el paraguas y caminé hacia la gruta.
Cuando
me iba acercando descubrí que había un grupo numeroso de sacerdotes chinos que
celebraban la misa en aquella madrugada. Observar la devoción con que celebraban
la Eucaristía me hizo sentirme henchido de emoción y alegría en aquellos
momentos en que la noche iba dando paso al nuevo día.
Descubrí
la universalidad de la Iglesia. Me emocionaron los cantos. Percibí en aquella
gente, siempre con María, el encanto y la alegría de la fe.
Fueron
momentos que viví y vivo siempre con corazón agradecido.