domingo, 26 de enero de 2014

La dulzura del Corazón


Cuando al final de su vida San Francisco de Asís, “el más pobre en la tierra, el más rico en el Cielo), tiene la tentación de una cierta amargura, cuando descubre que sus planes y proyectos no se acaban de realizar como él pensó, Santa Clara le habla de que no sólo hay que procurar que se de fruto, sino que tenemos que luchar para que el fruto no sea amargo.
La amargura es el cáncer del corazón humano. Cuando uno se amarga, en el fondo, casi siempre es porque nuestro corazón no está sanado por el agradecimiento. Todas las amarguras hunden sus raíces en la frustración de mi propio yo Cuando somos nosotros los únicos protagonistas de nuestras vida, de nuestra historia, podemos acabar mal, porque casi siempre la amargura acaba asomando. Cuando uno se mira mucho a sí mismo, decía San Juan de Ávila, acaba “en desmayo”. Es Cristo el motivo único de mi alegría y de mi gozo, No se puede vivir sólo con mis propias alegrías y triunfos, porque entonces será candidato perpetuo a la amargura.
Sólo hacemos trizas nuestra amargura cuando metemos infinitas dosis de agradecimiento, como María que canta el Magnificat y descubre siempre que desde su pobreza “el Poderoso ha hecho obras grandes por mi”. En la medida en que “nos ponemos en sus manos” y tratamos de amistad “con quien sabemos que nos ama”, la vida se va transformando cada vez más en un Amor sin resquicios de amargura porque hemos “visto y oído” al que es la Dulzura de  Corazón.
El trato con Dios no da amargura porque, en el fondo, cuando vivimos todo desde el Amor de Dios, nuestra vida se transforma El trato con Dios es siempre la dulzura que empapa nuestro corazón, llenándolo siempre de la alegría que es una fiesta que nunca acaba. No es posible vivir siempre con paz y vacunado contra la amargura mientras no metamos en nuestra vida y corazón el antídoto del Amor de Dios, que hace desaparecer siempre todo tipo de tristeza, porque ha tomado posesión de nuestra vida “el Amor de los Amores”.