El Catecismo de la Iglesia Católica
ha subrayado que la vocación de toda persona es la vocación a ser feliz. Una
felicidad que es el anhelo de todo corazón humano. Una búsqueda de la felicidad
que no es narcisista, porque la felicidad cuando a veces más se obsesiona uno
con ella, menos se la encuentra. Pero cuando se busca amar y vivir “con los
sentimientos de Cristo”, entonces la felicidad aparece como la sangre en la
herida.
Es necesario volver una y
otra vez al gozo de amar siempre para ser feliz.
Cuando amamos de veras, somos
siempre felices. Este es el secreto. No hay otro. No se puede ser feliz al
margen del Amor. Sólo nos entendemos y explicamos desde el Amor. Es el Amor el
que nos lleva a vivir siempre en una felicidad que, como música de fondo, hace
que nuestra vida sea vivida a tope y, sobre todo, llena del gozo de quien sabe
que, cuando amamos de verdad, hemos encontrado el verdadero secreto y camino de
la verdadera felicidad.
Existe un error al pensar que
no se puede ser feliz si sufrimos. La realidad me dice que existen personas que
no sufren nada y no son felices, mientras que existen personas que encuentran
su verdadera felicidad en amar siempre, aunque tengan experiencia de dolor y
sufrimiento. Recordemos a Santa Teresa que dice que: “con tan Buen Amigo todo
se puede padecer”. Sólo en la medida en que nuestra vida se hace amor
entregado, se hace felicidad lograda, aunque en el horizonte y en la realidad
de nuestra vida siga existiendo el dolor.
Es necesario volver una y
otra vez nuestra mirada al secreto de la felicidad, que se encuentra en el Amor
y que en nosotros tiene un nombre: Jesús. Sólo el amor personal nos hace
inmensamente felices y nos ayuda a hacer con gozo y alegría el seguimiento y la
consecución del Amor de Jesús, que nos hace siempre inmensamente felices.
¿Te atreves?