Sólo se salvan los pobres. Es decir,
todos los que quieren presentarse delante de Dios necesitados de todo. Los que
admiten que no tienen nada que no hayan recibido de Dios. Los que saben que es
cierto lo que dijo Jesús: “Sin mi, no podéis hacer nada”.
Existen muchas clases de pobreza. Pobre,
como decía la Madre Teresa de Calcula, es toda carencia de amor. Por tanto,
siempre que uno se abre a la Misericordia de Dios es pobre; y siempre que uno
se cierre a la Misericordia de Dios, es rico.
Por tanto, la pobreza evangélica reside
en el corazón y, como en María, tiene mucho que ver con el Dios de lo
imposible, pues verdaderamente los pobres de verdad viven convencidos de que
nada hay imposible para Dios.