Este texto que siempre ha sido el pistoletazo de la Cuaresma nos
invita a la conversión. Es como un volver la mirada a Cristo y arrancar el
corazón de piedra para vivir “con los sentimientos del Corazón
de Cristo”. Conversión es una palabra que subraya todo el
Evangelio. Es como si Jesús quisiera volverlo todo a lo original, a lo más
sencillo, a lo más auténtico, a lo más radical.
Partiendo de que la oración, el ayuno y la limosna son para el
piadoso israelita la clave de su unión con Dios, constantemente con la palabra cuando el Señor resalta que no hay que
lavarse la cara sino el corazón. Este tiempo es una vuelta al jardín del
paraíso desde el desierto, a caminar hacia la renovación y la vida, hacia el
Misterio Pascual, aunque el camino es la conversión, la ascesis, la muerte a
uno mismo para vivir en la libertad de los hijos de Dios.
Cuando oréis. Jesús nos
dice que la oración cristiana es y será un encuentro liberador de nuestro
egoísmo y un volver a lo más genuino de la oración: el encuentro con el Señor.
Ratzinger en su libro “Introducción al cristianismo” explica que la religión
judía, el Antiguo Testamento es la religión de la ley, del cumplimiento. Te
salvas si cumples unos preceptos, aunque tu corazón esté lejos del Amor de Dios
y de los hermanos. El Evangelio nos invita a pedir el don de la fe: “Señor, creo, pero aumenta un poquito
mi fe”. Es la religión de la fe que se hace caridad y servicio como
esperanza cierta, desde dentro hacia fuera y el sello es la vida entregada.
Cuando ayunéis. El ayuno
para el israelita era expresión de su deseo de la venida del Mesías, de su
anhelo, de la conversión de los pecados. El ayuno cristiano tiene el tinte
inconfundible de la alegría. Ayunamos para tener hambre de Dios. Sed de Amor.
Compartimos con los más pobres nuestro corazón que anhela ser saciado de “Tu
semblante”. Queda claro que el ayuno de Jesús no tiene las claves farisaicas.
Entre otras cosas porque ayunar para un cristiano es para crecer en las alas de
la libertad y del amor. Ayunar es ser invitado a la fiesta de la auténtica
vida, la que no perece. Lo describe una antífona eucarística: “le diste pan del
cielo, que contiene en sí todo deleite”. Quien ha descubierto esto, ha
descubierto el sentido del ayuno cristiano cuaresmal. Sé ayuno de lo que nos
lleva a vivir con ansias del Amor de Dios.
Cuando deis limosna. También Jesús vuelve al interior, al corazón.
No es tanto el dar, como el darse. Ni es tanto unas limosnas, si no miras a los
ojos y dices al hermano que la mejor limosna es que cuente conmigo. El ser
bueno con los pobres, el dar limosnas es siempre signo del hombre profundamente
religioso. Hay un cuento judío que dice que un día en una escuela judía unos
niños estudiaban con el Maestro de la Ley. De pronto en el silencio se escuchó
el tocar el cuerno que anunciaba que el Mesías ya había llegado, estaba entre
nosotros. Los niños estaban encantados, no pensando que quizás había sido una
confusión, una broma. El Maestro se asomó a la ventana y dice: No, no ha venido
el Mesías porque la mendiga que pide en la plaza sigue ahí y cuando venga el
Mesías no habrá pobres ni mendigos porque nuestro amor les habrá socorrido.
† Francisco Cerro Chaves Obispo de Coria-Cáceres