LA
PERFECTA ALEGRÍA ES VIVIR LA MISERICORDIA DEL SEÑOR
Nuestro mundo, nuestra gente,
se siente profundamente triste en una sociedad llamada de “bienestar” donde el
peligro es anidar en la patria del egoísmo que en palabras del papa Francisco
siempre produce tristeza. La verdadera alegría es amar “hasta el extremo”, es
una salida de sí mismo para ir al “encuentro del otro”. Sartre decía que el
infierno son los otros. Jesús dice que amar a Dios y a los que el Señor pone en
nuestro camino con paciencia es el inicio del cielo, es la perfecta alegría.
Todos recordamos esta florecilla franciscana. San Francisco de Asís hablaba de
la perfecta alegría y la identifica con un amor paciente: Vuelvo de Perusa y,
ya de noche avanzada, llego aquí; es tiempo de invierno, todo está embarrado y
el frío es tan grande que en los bordes de la túnica se forman carámbanos de
agua fría congelada que me hacen heridas en las piernas hasta brotar sangre de
ellas. Y así, todo embarrado, helado y aterido, me acerco a la puerta; y,
después de estar un buen rato tocando y llamando, acude el hermano y
pregunta: —¿Quién es? Yo respondo: El hermano Francisco. Y él
dice: —Largo de aquí. No es hora decente para andar caminando por ahí.
Aquí no entras. Y, al insistir yo de nuevo, contesta: —Largo de aquí. Tú
eres un simple y un tonto. Ya no vas a venir con nosotros. Nosotros somos tantos
y tales que no te necesitamos. Y yo vuelvo a la puerta y digo: —Por el
amor de Dios, acójanme por esta noche. Y él responde: —No me da la gana.
Vete al lugar de los crucíferos y pide hospedaje allí. Te digo: si he tenido
paciencia y no he perdido la calma, en esto está la verdadera alegría y el bien
del alma”. La Iglesia que vive para evangelizar, para llevar la Buena Noticia a
los que sufren, solo transmitirá la alegría del Evangelio cuando por la
contemplación vivamos con los “sentimientos de Cristo”. Me impresionó
profundamente un testimonio del cardenal Bernardin, acusado falsamente de un
abuso sexual. Escribe un libro precioso, “El don de la paz”. “Estos tres
últimos años me han enseñado mucho sobre mí mismo y sobre mi relación con Dios,
con la Iglesia y con los otros. Tres acontecimientos principales, en el marco
de estos tres últimos años, me han llevado al lugar en el que me encuentro hoy.
Primero, la falsa acusación de mala conducta sexual en noviembre de 1993 y mi
reconciliación final con el acusador un año después. Segundo, mi diagnóstico de
cáncer de páncreas en junio de 1995 y la intervención quirúrgica que me curó
para quince meses. Tercero, la vuelta del cáncer a finales de agosto de 1996
—esta vez en el hígado— y mi decisión de interrumpir el tratamiento tras un mes
de quimioterapia, y de vivir del modo más pleno posible lo que me quedara de
vida. Vivir la alegría del Evangelio, que cuando se sufre, se transforma en
paz, es el fruto que da el Espíritu Santo al que vive con paciencia, con
misericordia, los sufrimientos de la vida. ¡Es muy corta la vida para que se
instale en nosotros la amargura que mata! Precisamente la fe nos lleva a vivir
con Misericordia, a estrenar cada día la alegría de experimentarse amado. El
sufrimiento no quita la capacidad de amar. Precisamente Cristo sufriendo nos
enseña a amar “hasta el extremo” y a experimentar que el Señor cuida de
nosotros aunque, como dice el Salmo “camine por cañadas oscuras, nada temo
porque Tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan”.
+Francisco Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres