DEL RESENTIMIENTO A LA PAZ
Mucha gente de nuestro tiempo vive con
un corazón herido que se traduce en un resentimiento. Son personas que parece que
siempre te perdonan la vida. No son capaces de integrar, de asumir los golpes que
nos ha dado la vida. Siempre recuerdo una entrevista al cardenal Suquía,
arzobispo de Madrid: Ante la pregunta de con
qué personaje se sentía hoy
identificado, respondió con sabiduría y con sentido de humor: “Me siento
boxeador. ¿En qué sentido? En que creo que los golpes que he recibido, que no
son pocos, los he encajado bien como un buen boxeador. No he vivido nunca con
resentimiento porque he sabido encajar los golpes que nos ha dado la vida”.
Vivir con resentimiento es la antesala
de la muerte. Sí, asumid los duros golpes de la vida y, como don de Dios,
asumid con paz todo lo que no nos haya hecho bien, respondiendo con bien al
mal, pasando del resentimiento a la paz.
Vivir con resentimiento son las células de
una muerte anunciada. El mayor mal que nos pueden hacer es quedarnos con el cáncer
del resentimiento, que no nos hace bien y no nos hace felices ¿Puede hacer
feliz a alguien que no lo es? ¿Puede transmitir paz quien la tiene escasa? Es
necesario volver a un corazón que no deje espacio a un resentimiento que mata.
La amargura es mala consejera. Sin la paz, el agua turbulenta no nos deja ver
el fondo.
Os propongo tres claves muy sencillas para
no dejar entrar en el corazón ningún tipo de resentimiento, que paso a paso nos
lleva a la amargura del alma.
1. Contemplar a Cristo
en la Eucaristía.
La adoración perpetua es el laboratorio donde
se fragua la auténtica
y perenne paz del corazón. Sin adoración
no existe agradecimiento. No se puede expulsar el resentimiento que tanto
alimento y que llega en un momento en que se vuelve contra mí, sin saber que se
me pasa la vida, que es demasiado corta para instalarse en la amargura del
resentimiento. Toda una vida con amargura es insostenible.
2. El verdadero olvido
de sí.
No existe santidad ni vida plena sin un
auténtico olvido de sí, que es la única manera de no tenerse demasiado en
cuenta a sí mismo. Una persona que, dejándose llevar de su egoísmo y de su
sentido de soberbia, no potencia el olvido de sí, el resentimiento acampará en
ella con raíces de tristeza.
3. El comenzar a vivir
con un estilo de agradecimiento.
Quien no agradece siempre está
resentido. Quien no sabe todo lo que ha recibido no vive cantando la alegría de
estar vivo.
El estilo que el Señor nos propone es vivir
convencidos de que, cuando el agradecimiento nos lleva a mirar la vida con
“otros ojos”, la mirada de la fe, nuestra vida se convierte en vivir la alegría
del Evangelio a la que nos convoca el papa Francisco.
+Francisco Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres