martes, 17 de febrero de 2015

Lo que gusta de una homilía


LO QUE GUSTA DE UNA HOMILIA


En el cursillo de los sacerdotes y diáco­nos permanentes que celebramos en los Carnavales, nos reunimos para hablar de Pastoral, de “los alejados” de la Iglesia y por otra parte, de la importancia de saber comunicarnos con ellos.
Unos laicos preparados y con mucho gancho nos dieron unas pautas para la homilía, como un decálogo del buen comu­nicador:
1. Que esté preparada. Se nota mucho cuando dejamos a la improvisación y no la preparamos con respeto. Ponerse delante de la gente exige el respeto de prepararnos para poder anunciar bien.
2. Que sea corta. La mejor homilía, si es larga, acaba por cansar y perder el fruto que se había sembrado. La brevedad, que no significa no decir nada, sino sencillamente lo que se puede decir, nunca más de diez minutos.
3. Que sea sintética. No muchas ideas, sino tres puntos desarrollados con precisión y sencillez. No es una clase de teología ni un discurso exegético para dar a conocer su sabiduría ni sus opiniones personales. Hay que saber sintetizar para comunicar.

4. Que explique la Palabra de Dios. No se puede dejar de explicar, si alguna de las lecturas son difíciles de entender o no tienen la explicación suficiente. El obispo, el sacerdote o el diácono deben, en la homilía, explicar con sencillez lo que no es fácil de enten­der.

5. Aplicación a la vida. Es necesario que, a partir de la Palabra de Dios, apli­quemos a la vida lo que a la gente le interesa de las dificultades que está viviendo. Iluminar lo que están viviendo con el aliento de Dios. No se pueden disociar Fe y vida.

6. Que ayude a conectar con Dios. La homilía debe ser “sabrosa'; que trans­mita la sabiduría del Evangelio, que cuando escuchemos las homilías veamos que nos “ha llegado” la paz, la alegría del Evangelio. No es buena una homilía que no conecta con el Misterio de Dios, con su bondad.

7. Que el sacerdote muestre su rostro, su propia experiencia de Dios, su rostro humilde. Tenemos que provocar la empatía. Es decir, ponernos en su lugar, no disimular nuestros senti­mientos. El hacer viva nuestra trans­misión de fe con sencillez y humil­dad. Homilía vivencial y práctica.

8. Que no haga política. Es muy impor­tante que no nos metamos en polí­tica. Mucho menos partidista. Desde luego que se nos vea que somos del Evangelio de la Iglesia y no defen­sores de ideologías. Para hablar de política ya hay otros ámbitos.
9. Un tono cercano y positivo. Que se palpe el tono cercano y positivo del que predica la homilía. No estar por encima del bien. A él mismo tam­bién le interroga la Palabra de Dios. Siempre positivo, no transformar la homilía en una riña a los presentes.
10. Mirar al Papa Francisco. Una propues­ta que se ve en el papa Francisco, que denota una gran sabiduría y cerca­nía, con mensajes que llegan a todos. iCuántas frases del papa hoy se han convertido, en nuestro corazón, en sabiduría que continuamente repeti­mos porque han calado! Por ejemplo, “oler a oveja”.
Ahora bien, todo lo que hemos comentado no llega, si no cuidamos muchísimo los micrófonos. Yo pondría el máximo interés y daría mucha importancia a la parte técni­ca, o sea, que se escuche bien todo cuanto vamos a decir. Para que se capte bien el mensaje que queremos hacer llegar. Saber utilizarlos. La peor homilía es la que no se oye. Cuidar mucho que el contenido se pueda escuchar y que todo lo externo para la celebración ayude mucho a tener una cierta actitud de escucha, que hoy no es fácil captar y que se nece­sita para que la homilía siempre cum­pla con su objetivo: Evangelizar a la luz de la Palabra de Dios.

 Conclusión
Es necesario que descubramos que la homilía tiene que tener parte de prepara­ción remota e inmediata. La preparación remota es que siempre nos estamos prepa­rando para dar testimonio de nuestra fe: La lectio divina, la oración diaria, la lectura de un buen libro y de la vida, nos ayuda a prepa­rarnos internamente para estar motivados en cualquier momento para predicar, para expresar lo que llevamos como vivencia en el corazón. Sin esta preparación remota, que siempre nos estamos preparando, no ten­dría calado profundo nuestra comunicación.
La preparación inmediata es la lectu­ra orada de los textos, profundizar con los textos litúrgicos del día y sobre todo con la oración. Esta combinación puede ser de gran provecho para llegar al corazón de los que nos escuchan.
También los que escuchan nuestras homilías pueden ayudar al sacerdote para que sea un buen comunicador de la Palabra de Dios, siendo sinceros con ellos y dicién­doles en un clima de confianza en lo que ha acertado y lo que debería cuidar más.