Te prometí
mil veces seguirte sin desfallecer y un millón de veces te negué. A lo largo de
mi vida voy experimentando mi pequeñez, lo poco que soy. Un día te escuché decir
que viniera a Ti… Yo me encontraba agobiado.
Tú
me dijiste al oído: levántate y anda… Desde entonces, aprendí a confiar más en
tu fuerza que en mis méritos propios y… todo cambió.
Acudo
a Ti siempre, sabiendo que puedo ir hacia Ti con la confianza de que jamás seré
rechazado.
Hoy
mi vida ha cambiado por completo, pues Tú eres mi alivio al que puedo acudir
cuando estoy “cansado y agobiado”.