El encuentro con los Esclavos de María y
de los Pobres en aquella tarde, con todos los residentes, sus carros, sus
limitaciones y, sobre todo, la inmensa bondad de los hermanos y voluntarios, me
hizo descubrir que lo esencial es la caridad.
La caridad no es un añadido a nuestro
ser de cristiano, sino que está en el corazón y en el centro de la vida
cristiana, por eso todos aquellos que entregan su vida al servicio de los
necesitados, como experimenté aquella tarde, tienen la alegría del amor
ofrecido incansablemente.