Todavía guardo en mi alma
la herida inmensa que me produjo
aquélla noticia.
Una niña había muerto de miedo
en una de esas guerras que todavía duran.
¡Morir de miedo!
No se levantó más.
Se paralizó su corazón, su vida.
Desde entonces me cuesta
conciliar el sueño.
¿Es posible tanta maldad?
Nunca pude saber el nombre de aquella
niña,
pero la lucha por la paz, desde aquel día,
es para mi especialmente urgente.
Por eso, Señor,
en mi súplica por la paz,
siempre cuento contigo.
Amén