El
Espíritu Santo formó en el seno purísimo de la virgen la humanidad de Cristo.
El Espíritu Santo es el artífice que ha moldeado “los sentimientos” de su
Corazón.
Es el
Espíritu Santo, que tuvo la misión de formar al Corazón de Cristo cuando se
encarnó en el seno de la Virgen, el que ahora también tiene como misión en
nosotros formar el Amor que nos lleve a entregar la vida, como le movió a
Jesús. Sin el Espíritu Santo se colapsaría la vida espiritual. Sin el Amor y la
fuerza de esta tercera persona divina, no hubiese sido posible la encarnación
redentora.
Es el
Espíritu Santo el que nos lleva a vivir la vida desde el Corazón del Señor, Sin
ese Don—Espíritu, la vida de un cristiano acabaría en una profunda esterilidad.
Sólo
en la medida en que entregamos la vida, movidos por el Espíritu Santo, es como
vamos teniendo y somos poseedores de ese mismo Amor que le llevó a Jesús a
entregar la vida por la Redención del mundo.