Dios se hizo hombre para amar con corazón humano. Quiso
acercarse a todos los que sufren y acariciarlos con sus manos, mirar con ojos
encendidos de amor a los niños y envolver con su mirada de cariño al joven
rico.
El Corazón de Jesús es la ternura humana de Dios, que
tanto ha amado a los hombres que nos ha “comprado” con su sangre. Su ternura es
nuestra salvación. Por eso tenemos que vivir los cristianos en contacto con la
ternura de Dios, encendidos en amor, pues si no “ardemos” el mundo morirá de
pena y de frío. La ternura del Corazón de Jesús invade nuestro mundo triste y
lo llena de esperanza.
Los que han descubierto el Corazón de Cristo viven con
una fe cierta, una esperanza llena de claridades y un amor fecundo. Su ternura
es un mar inagotable de misericordia, donde deben desembocar nuestras debilidades
con la convicción de que con Él “todo es posible”.
La ternura del Corazón de Jesús es el gozo de cada día,
pues su amor se ha hecho cercanía humana y nos recoge en su Corazón de carne
como una “gallina recoge a sus polluelos”. ¿No es una comparación preciosa para
hacernos comprender su ternura?