El Señor nos dijo: Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados y yo os aliviaré. Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y
encontraréis vuestro descanso (Mt. 11, 28-29).
Jesús es nuestro descanso porque en Él se encuentra amor
y paz. Lo decía san Juan de la Cruz, quien
ama ni cansa ni se cansa. Descubrimos al amar que nuestro corazón descansa en
el de quien nos ama. Ahí descansa el esposo, la esposa, el hijo, el amigo,…
Nosotros descansamos cuando descubrimos que somos amados por Jesús tal como
somos y que el Señor nos quiere con locura.
Cuando acaban las vacaciones, muchos hombres y mujeres
descubren que no han podido descansar. ¿Qué les ha fallado? El descubrimiento
de que el corazón humano descansa, no en no hacer nada, ni siquiera en no tener
preocupaciones, sino en “como un niño” tener un corazón que sea manso y humilde y sin ambiciones. Así lo
dice el salmo: mi corazón no es
ambicioso, ni mis ojos altaneros, no deseo grandezas que superan mi capacidad,
sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre (Sal.
130/131).
Nos agota y cansa el egoísmo, nos descansa el amor Tenemos
que saber descansar poniendo nuestro corazón en Jesús, que tanto nos quiere y
que siempre desea para nosotros lo mejor.
Descansar tiene un nombre: Cristo. Como también
descansamos en la verdadera amistad o en cada persona que nos quiere.
Descansar es vivir la alegría de experimentar el amor
total de Cristo hacia nosotros. Vivamos con el convencimiento de que lo que
verdaderamente nos hace descansar es aprender de Jesús, que es manso y humilde, y saber que Él nos
quiere siempre.