En el lago de la vida, está la barca de la Iglesia. Dentro todos los hombres
y mujeres que han encontrado en el mar embravecido de la vida el rostro del
Resucitado.
Juan ve al Señor por “su estilo”
en la orilla; “los limpios de Corazón verán a Dios” y Pedro se lanza al agua,
quizás todavía fría, porque no puede vivir sin el Señor de la vida.
También Pedro y Juan corren juntos a la tumba. Llega primero el místico,
pero deja el paso a Pedro, el primer Papa. Aquí también los dos construyen. Los
dos luchan. Los dos aman. Allí los espera el Señor, como a nosotros, detrás de
todas nuestras noches y oscuridades.
La alegría de la vida es descubrir unas brasas y un pez, con su Corazón
ardiente.