(Orar con Jn. 20, 24-29)
Como todos los que salen de las gracias
comunitarias, donde lo principal es Jesús
en medio, acaba perdiéndose lo mejor de la vida.
Tomás, el incrédulo, es siempre el corazón
humano cuya fe está en crisis, pues su tendencia es alejarse de los hermanos,
de la comunidad, de la Iglesia.
El Señor accede a sus dos peticiones. Palpa
su Corazón hasta quedar “derretido de
amor” y hace el mayor acto de fe de toda la Biblia: “Señor mío y Dios mío”, y lo hace delante de Jesús de Nazaret
resucitado.
Sin embargo, el Señor no se le aparece en
privado, a solas, solo por Él, a Tomás. Ni siquiera en un rincón del Cenáculo
solos los dos. Tiene que estar toda la Comunidad.
Jesús resucitado se aparece a modo de su
familia, de los suyos.
Nos perdemos muchas gracias comunitarias
por no estar en comunión con los hermanos, por no vivir en fraternidad, por no
superar la tentación permanente del individualismo.
¡Señor!: ayúdame a descubrirte Uno y
Resucitado en todas las circunstancias de mi vida, sabiendo que tú vives en
medio de nosotros.