Año de edición: 1995
ISBN: 978-84-87328-55-8
El sólo título de este libro es toda una
presentación del mismo. La mejor, por supuesto. Esto aparte, el propio autor
Francisco Cerro, escribe una breve Introducción en la que, como sin querer,
sitúa al lector en el contenido de sus páginas. Unas páginas que se abren con
una “oración
al Señor de la Vida” que, elevando el alma a los espacios del diálogo
con Dios, la calienta para leer amorosamente y amorosamente contemplar y
determinarse en conversión.
¿Qué objetivos busca el autor?
Dos, principalmente. Es el primero: “Hacemos
descubrir el amor tan inmenso e infinito de Jesús, que como Redentor de los
hombres, nos tiene a todos y cada uno de nosotros…” De eso se trata, de llegar
al convencimiento mental y vital, en experiencia totalizante, de que Dios es en
Sí mismo “fuego infinito de amor” y es para nosotros amor misericordioso,
amor que envuelve, abraza, penetra y diviniza a la criatura humana, que
libremente quiere abrirse a él.
El segundo objetivo es poner en vuelo a la
generosidad del alma Ponemos en los brazos del amor a Dios sin empobrecedoras
condiciones
Dentro de este objetivo, como parte
integrante del mismo, está el “vivir para los demás”, el amor al prójimo, hecho
respeto, comprensión, perdón, donación, reparación, súplica de salvación…
“Quien no ama al prójimo, no os ama, Señor” (Santa Teresa de Jesús”.
El autor nos invita a caminar hacia estas
metas, orientando los ojos de la mente y del corazón en tres direcciones coincidentes.
Primera es la MIRADA
DE CRISTO, que sufre y habla. Que acepta y ofrece el desgarramiento
del cuerpo y del ama en Getsemaní, sintiendo el sufrimiento inalcanzable de su
Madre junto a la Cruz, identificando su condición de sacerdote y víctima sobre
el ara de la Cruz. Detrás de su pensamiento, sufrimiento, palabras y silencios,
sólo hay amor. “Me amó y se entregó por mi”.
Razón tiene San Bernardo al decir que “las
heridas de Cristo son las ventanas por donde se asoma el amor de Dios a los
hombres”. Con razón el autor encierra las “siete palabras” de Jesús en la
expresión de “testamento de amor”.
MIRADA DE MARÍA. Es la segunda. “Mirad y ved si hay otro
dolor semejante al mío”, nos dice Ella, con María el autor. Mirar, penetrar su
corazón Un corazón identificado por exigencias naturales con el de su Hijo,
pero sobre todo un corazón transido de luz divina para descubrir el sentido
último de los sufrimientos del Redentor.
Un corazón fusionado, en definitiva, con la
misericordia de Dios encarnada en el Hijo para la salvación de todos.
Un corazón a través del cual sólo se ve el
Corazón mismo de Cristo. Lo ha dicho el Catecismo, al definir a la Virgen como
“pura transparencia de Jesús”.
Un corazón cuya contemplación por nuestra
parte es una motivación más para convertirnos de corazón a la verdad y al amor.
TERCERA MIRADA del autor para nosotros: al santo monje
trapense Beato Hermano Rafael Arnáiz Barón. Es un testigo cercano a
nosotros, por ser humano y por la proximidad cronológica y geográfica. Es un
testigo fuerte de Dios, por la veracidad integral de su presencia y su figura.
Sus palabras están llenas de la verdad de su experiencia religiosa apoyada en
su vida de entrega radical al seguimiento de Cristo y en el ejercicio virtuoso
consolidado y heroico.
Si él pudo descubrir el amor del Corazón de
Cristo y pudo darle el “sí” que le llevó a los altares, ¿por
qué nosotros no?
* * *
Hay un método, que el autor viene practicando
en otras publicaciones con gran aprovechamiento pedagógico y pastoral. Suele
poner primero una frase importante, preferiblemente bíblica, al frente de cada
meditación Viene, seguidamente, un comentario ágil, breve y uncional, para
cerrar con unas adecuadas palabras del Beato Rafael que ratifican, comentan y
dejan un especial sosiego amoroso en el lector.
El EPILOGO
son frases del santo monje. Una delicia en su forma y en el fondo. Un
tesoro de altura mística: “¡Sólo Dios!”.
De alegría espiritual desbordante:
“¡Qué alegría, Señor…!”, repite.
Y de celo apostólico: “Quisiera volar por el mundo gritando a todos
sus moradores: ¡Dios!... ¡Dios!... Solo Él… ¿qué buscáis, qué miráis?... Pobre
mundo dormido que no conoce las maravillas de Dios. Pobre mundo en silencio que
no entona un himno de amor a Dios…”
* * *
Esta mañana he releído en un himno de
Laudes: “Tus manos, Señor, son recientes en la rosa”. Tus manos, Dios mío, son
recientes, poderosas, bellísimas en esa rosa, que es el corazón de cada santo.
Tus manos quieren poner en cada creyente el
corazón mismo de tu Hijo, para amarte y para amarnos; para crear y vivir la “comunión”,
como expresión última y máxima del amor divino.
Tus manos son recientes en estas paginas.
Francisco
López Hernández
Director
de la COLECCIÓN TAU
(De la presentación del libro)