(Orar con Mc. 1, 1-11)
El amor de Dios
siempre nos sorprende. Es el único amor que nunca está en crisis. Se sigue
ofreciendo constantemente.
Como decía el
Beato Spínola, al igual que las fuentes públicas, siempre con el agua dispuesta
para quienes se acercan a beber.
Quizás, en un
mundo como el que nos ha toca do vivir, donde existe una inflación de palabras
y el testimonio de vida es un bien escaso, debemos plantear- nos que lo que nos
dice Jesús es lo único que ha ce creíble nuestras vidas, el testimonio
personal. Venid y lo veréis. Porque
fueron con Él y se quedaron.
Hoy, nos hacen
falta comunidades acogedoras, abiertas y, a la vez, que se les note que se lo
creen. Cristianos sin complejos que digan: Venid
y lo veréis.
Ante tanta
palabrería, ante tanta incoherencia entre lo que se dice y lo que se vive,
Jesús nos da la solución: Venid y lo
veréis. Es verdad que siempre existe un gran abismo entre lo que vivimos y
lo que nos gustaría vivir. Es verdad que somos frágiles y pecado res. Pero
también es verdad que, como decía un autor moderno, si los cristianos no ardéis, el mundo morirá de frío, el mundo perderá
la luz que viene de Cristo. Tendríamos que plantearnos por qué las gentes
no vienen a nuestras comunidades, porqué a veces no están a gusto en nuestros
grupos, porqué no buscan lo que tanto necesitan y que el Señor ha dado a su
Iglesia. Es cierto que, a veces, Cristo, que es el gran tesoro de la Iglesia,
está envuelto en un papel de pésima calidad. Pero también es cierto que, por
eso, no deja de ser el tesoro que llevamos dentro, el gran don y regalo que
hemos recibido y que tenemos que comunicar. Venid
y lo veréis, y descubriréis que, ser cristiano, sigue siendo la aventura
más apasionante. Que perderse a Cristo es perderse lo mejor de la vida. Que
nosotros hemos conocido el Amor y, por eso, os decimos desde nuestra pobreza y
nuestras limitaciones: Venid y los veréis.
+ Francisco
Cerro Chaves
Obispo de
Coria-Cáceres