El desierto, sin caminos, solamente una inmensidad de
arenas me hizo vivir en aquel día caluroso de verano en el Monte Nebo una
profunda experiencia de encuentro con el Señor.
Allí murió Moisés, viendo al fondo Jericó, jardín de
palmeras. El pueblo estaba extenuado y solo la promesa de entrar en la Tierra
Prometida suavizaba la herida de no tener patria donde vivir.
Allí, en el Monte Nebo, los franciscanos han colocado un
estandarte que recuerda que los que era mordidos por la serpiente curaban
mirando al que hizo Moisés por mandato de Dios. Los que eran mordidos solo
curaban contemplando aquel estandarte, que más tarde nos recordará a Cristo
crucificado.
También nosotros, mordidos por la serpiente de la vida,
solo curamos mirando a Cristo crucificado y con su corazón abierto.