(Orar con Marcos 1, 1-8)
Ser cristiano
es haber descubierto el secreto de la verdadera alegría. Esta alegría tiene
mucho que ver con volver a vivir la vida en Dios. El mundo de hoy, la gente,
habla de sobrevivir, de malvivir, de convivir, pero nuestra gente se viste de
tristeza y de aburrimiento por las calles. Tendrá razón quien dijo que el
aburrimiento salvará al mundo, porque es hora de volver a la necesidad de
descubrir caminos nuevos para vivir a tope. La llamada a la conversión es
siempre una llamada a descubrir la verdadera vida. Para san Juan, convertirse
es volver la mirada, una y otra vez, a quien tiene traspasado el corazón;
para Pablo, convertirse es vivir con los sentimientos de Cristo, pero
todos dicen lo mismo: la clave es haber descubierto a Cristo, como camino de
vida verdadera. Le preguntaban a la Madre Teresa de Calcuta cuál era el secreto
de su vida. Los periodistas trataban de arrancarle a esta santa mujer su
secreto más codiciado. Ella bajó la voz y, con mucha sencillez y sentido del
humor, dijo: «¡Mi secreto es Jesús, y se
lo podéis decir a todos!»
Ésta es la
clave de una vida que deseamos vivir al estilo de Jesús, haber descubierto el
secreto de la verdadera vida. Si los cristianos diéramos testimonio, si nuestra
luz alumbrara a tanta gente que languidece y vive sin vida, otro gallo
cantaría. Podemos luchar contra todo lo que nos parezca que quita el gozo de
vivir a las personas, pero como no vean en nosotros un testimonio de vida, nos
pasará que nos hemos parado en Juan Bautista, quien decía: Preparad el
camino del Señor, pero no habremos crecido a la vida que anuncia Cristo.
Tenemos que
denunciar y anunciar. El secreto es que, muchas veces, a nuestra sociedad le
ocurre que no sabe qué inventarse para hacernos felices. Poco a poco nos
va descubriendo que la vida está ya bien inventada, y que todo lo que no nos
ayuda a vivir a tope la esperanza tiene las fechas contadas. Existen muchas
cosas que tienen fecha de caducidad. Sólo el amor, sobre todo el amor de Dios,
no se acaba. Es siempre una novedad y es la fuente de la verdadera conversión,
de vivir allanando el camino del Señor. Hace unos años, en Valladolid, me
encontré con un joven que vino a verme y me comentó: «Pasaba por aquí y he
entrado porque he visto gente feliz, y me he dicho: Aquí hay algo distinto».
Es necesario
que hoy, en medio de nuestra tierra, sembremos en el corazón la semilla de la
esperanza a través de que nuestro discurso, junto con el de la renuncia, como
el de Juan Bautista, vaya acompañado, inseparablemente, del anuncio de la Buena
Noticia de Jesús. Juan es gesto, Jesús es la Palabra. Juan transmite temor,
Jesús esperanza. Juan vive en el desierto, Jesús ha puesto su tienda entre
nosotros.
Volver a vivir.
Volver a estrenar cada día la alegría de ser cristiano. Sin fanatismos, pero
sin complejos. Descubrir el gozo de que la esperanza siempre nos pertenece. Que
no vivir en esperanza es traicionar el mensaje de Jesús. Que el Evangelio es
siempre el anuncio gozoso de un Amor Total, y que ese anuncio descubre que
muchas cosas no van bien. Pero que sabemos que, entre todos, podemos y debemos
continuar construyendo la civilización del Amor que es el mensaje de este
Adviento.