V Domingo del tiempo ordinario.
Sal y luz.
Mt 5, 13-16.
El que sigue a Jesús se convierte en sal de la tierra y
luz del mundo. La vivencia de tener los sentimientos del Corazón de Cristo nos
hace sal en un mundo sin sabor, desaborido y luz allí donde la oscuridad parece
tener derecho de ciudadanía.
1. Siempre me pregunté porque el Señor compara nuestra existencia con ser sal
y luz. Lo de la sal me tenía muy intrigado. Fui descubriendo leyendo y
meditando que la sal es humilde. No conozco saleros de plata. Se presenta
humildemente. Todo habla de humildad, hasta tiene que desaparecer para dar
sabor. Si la sal es buena se disuelve en el alimento para dar sabor.
2. La luz puesta en lo alto de una montaña para alumbrar es más sencillo de
explicar. La luz es para alumbrar y no para colocarla debajo de la cama. Es
nuestra vida luz cuando alumbramos con la luz de Cristo proyectada desde
nuestro corazón. La luz es sobre todo humilde porque para iluminar tiene que
desaparecer. La luz también es siempre una llamada a la transparencia a no
quedarse en el oscurantismo de una vida sin coherencia y sin salida.
+ Francisco
Cerro Chaves
Arzobispo electo
de Toledo
Administrador
Apostólico de Coria-Cáceres.