DOMINGO
XXVII.
Aumentanos la fe.
Lc 17, 5-10.
Nuestra fe
siempre es pobre y necesita ser alimentada cada día por la escucha de la
Palabra de Dios. Es una fe que se debe hacer peregrina en la confianza, de que
sé, de quién me he fiado, y como decía San Pablo estoy persuadido de que el
Señor llevará a buen término la obra que comenzó en nosotros. Una fe que hace
milagros cuando vivimos en el convencimiento de que Dios siempre es Padre, y
actúa como Padre, aunque caminemos por valles oscuros. Si verdaderamente
ponemos la mirada en el Diostodopoderoso que ensalza de la basura al pobre, y
los hace sentarse con El a la mesa del compartir.
Alimentar la
fe, sabiendo que nos tiene que llevar a vivir con la esperanza cierta, de quien
vive en la caridad. Alimentarse de la Palabra de Dios, descubriendo en los
acontecimientos de la vida y de la historia, que siempre es el Señor el que
tiene la última Palabra. No vivir lamiendo nuestras propias heridas, con la
convicción de que no hay solución, y de que hay que retirarse a los cuarteles
de invierno, hasta que no nos toquen tiempos mejores. En el fondo es una
tremenda falta de fe, que nos hace tirar la toalla y darle más cabida a la
oscuridad, que a la certeza de saber que viene galopando la aurora.
Siempre el
Señor admira en su bondadoso corazón a los que viven de fe. Se admira y asombra
ante tantos encuentros con El, cuándo descubre la confianza y la fe de quien
arranca el milagro porque sabe que el Señor siempre actúa a nuestro favor.
Siempre nos ganamos su Corazón, cuando desde la fe, le décimos una y otra vez,
en ti confío. Acercarse siempre a su Persona, a su Corazón, con esta fe, que
como un niño se lanza a vivir confiado en los brazos de su Madre, pues sabemos
que aunque una madre se olvidara del hijo de sus entrañas, jamás se olvidaría
el Señor de nuestras necesidades. Hay que pedirle con toda confianza a quien
sabemos que tiene abierto su Corazón.
+ Francisco Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres