TERCER DOMINGO DE
PASCUA.
UN CORAZON EN BRASAS.
Jn 21, 1-19.
Aquella noche bregando no pescaron nada. Después del fracaso de la
esterilidad aparece el Señor resucitado alentando la esperanza. Allí aunque
todavía no lo habían conocido se acerca a la orilla de sus vidas. Tenéis
pescado? Y desde su transparencia, se lanzan confiados “en tu nombre echaremos
una vez más la red” de la confianza en tu Corazón.
Juan el místico le ve...”es el Señor”. Pedro el amor humillado se lanza
al agua fría de abril porque no puede vivir sin el Señor.
Cuando nos hemos mojado por Cristo como Pedro, el Señor se emplea a
fondo para curar sus heridas. ¿Cómo lo hace? Con un desayuno, un seguir
contando conmigo y la Eucaristía.
Primero me fio totalmente de un
Dios que al amanecer te prepara un desayuno. Las brasas con pez y pan expresan
su Corazón alimentando la esperanza para curar sus heridas. Cuando le dice a
Pedro traedme lo que habéis pescado le devuelve la autoestima y le cura
volviendo a contar con El. En ti confío.
Por último la operación a corazón
abierto es eficaz para la curación de todas las heridas del alma. Solo la
Eucaristía, Cristo Vivo y resucitado nos cura el mal del corazón, el egoísmo
que nos cierra al Padre y a los hermanos. Este es el mal más arraigado en el
corazón humano y más necesitado de vivir con el marcapaso de su Amor.
Es necesario un trasplante de corazón qué solo se realiza a través de la
Eucaristía que contiene en si todo deleite. La sanación plena de todas las
heridas las cura el Amor de los amores, con la Eucaristía. El pan partido y la
sangre derramada nos hacen recordar que somos amados siempre, y que el Señor
como aquel amanecer, nos espera en la comida y la fiesta que cura todas las
heridas con el bálsamo de su Amor.
+ Francisco Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres