JUEVES SANTO
AMOR EXTREMO
El Jueves Santo la misa de la Cena del Señor nos trae a
la memoria los cuatro grandes regalos que nos hizo el Señor en el cenáculo.
Primero, el
regalo de la Eucaristía. “Tomad y comed,
esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. Segundo, unido indisolublemente a la Eucaristía, el sacerdocio; “Haced esto en memoria mía”. El tercer regalo es el mandamiento del
amor, donde el Señor nos manda que amemos a los demás con su mismo Corazón: “Amaos los unos a los otros como Yo os he
amado”. Casi nada. Todos estos regalos que expresan su Amor extremo están
expresados simbólicamente en el gesto del lavatorio de los pies, que nos habla
de “habiendo amado a los suyos los amó
hasta el extremo”. Un amor que nos habla de la humildad de Jesús, de
ponerse a los pies de una humanidad a la que salva con la entrega de su vida.
No se puede amar si no nos ponemos de rodillas delante de la humanidad, como
Jesús, con una profunda humildad. Los soberbios nunca aman, se aman a sí
mismos. Sólo la humildad es el camino de Jesús, de un amor que se pone de
rodillas.
Este día, tan significativo,
nos recuerda tres corazones frente a Jesús que expresan tantas maneras de
situarse ante Jesús en su pasión, muerte y resurrección.
El primero es Juan, el
discípulo amado, que expresa el que vive en esa interioridad profunda con Jesús
Vivo en la Eucaristía y que le lleva a digerir hasta el final la cruz. Es el
único apóstol que permanece con María junto a la cruz. Sólo podemos aceptar el
escándalo de la cruz cuando vivimos el Corazón Eucarístico de Jesús que nos
ayuda hasta llegar al final.
El otro apóstol es Judas, el
mayor sufrimiento de Jesús en la Pasión. El drama de Jesús es cómo ayudar a
“uno de los suyos” cuando lo ve día a día cómo, a pasos agigantados, se hunde
en el abismo, en el egoísmo desmedido, en el pecado de avaricia y no puede
hacer nada si él no quiere ¿Cómo ayudar a los que no quieren ser ayudados?
¿Cómo amar a los que no quieren ser amados? Jesús, hasta el final, le ofrece el
Corazón abierto de su amistad, pero parece que no es fácil volver al Hogar del
que siempre nos abraza y perdona.
El tercer protagonista es
Pedro, que como buen judío entiende que hay que morir
matando por una causa justa, cortándole la oreja al centurión y con la
violencia que sea precisa. Pedro debe aprender de la “revolución de la toalla”,
de ponerse humildemente a los pies y de la “revolución de dejarse salvar” por
el único Salvador que existe que es Cristo. Pedro, sólo comprende el verdadero
rostro de Dios cuando le ve en su humildad crucificado y, además, muere
perdonando.
+Francisco Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres