domingo, 8 de marzo de 2015

!Dios mío, cuánto dolor!

¡DIOS MÍO, CUÁNTO DOLOR!



Todavía recuerdo impresionado mi visita a un pueblo querido de nuestra diócesis, El Bronco. Al entrar en su iglesia parroquial me encuentro con una paloma que representa el ansia de Paz del corazón humano ante tanta guerra y terrorismo.
La paloma está realizada con el nombre de todas las víctimas del 11 de marzo en Atocha.
Los nombres nos recuerdan también a Eva y Eduardo.
¿Quién era Eva? Una chica extraordinaria, su madre era natural de El Bronco. Visitaba, siempre que podía su querido pueblo en el que sus gentes sencillas ofrecen una sincera y abierta hospitalidad a cuantos llegan hasta allá. Eva solía pasar las vacaciones en El Bronco, donde recibía el cariño de su familia y de sus vecinos. Sus cenizas fueron esparcidas en la Ribera de El Bronco. Cada 11 de marzo, en este pueblecito, se celebra la Eucaristía y se pide
por su eterno descanso y el de todas las víctimas del terrorismo.
¡Dios mío, cuánto dolor! Se sembró un sauce el domingo de Resurrección, y junto al sauce se recuerda a Eva y con ella se reza por todas las familias que, desde entonces, con sus vidas destrozadas no pueden olvidar ni un instante la barbarie de tan brutal acto de terrorismo que segó la vida de Eva y otros más.
Cada vez que visito la parroquia de El Bronco y contemplo
este cuadro me impacta, cada día más. Y pienso, durante un momento: ¡¡¡Si a mí me impacta tanto!!! ¿Qué no sentirán sus seres queridos? ¡Dios mío cuánto dolor!
El otro nombre es Eduardo. Pero, ¿quién es Eduardo? Era natural de Aceituna (Cáceres), un pueblo precioso de nuestra diócesis. A Eduardo también le arrancaron la vida de una manera tan brutal que todavía conmueve nuestros corazones ¿Qué sentimientos no albergarán los corazones de sus familiares y de sus amigos?
Eduardo es también recordado todos los 11 de marzo en la Eucaristía de El Bronco. La lacra del terrorismo, que ha destrozado tantas vidas, solo tiene una opción: su desaparición. Es tan grande el daño y el mal tan inmenso ocasionado en toda la humanidad y en la sociedad, que nos inclina, con toda nuestra energía posible, a condenarlo.
No digamos cuando algunos para reivindicar tan execrable
acto y justificarlo, esgrimen el nombre de Dios. La mayor blasfemia que se puede decir hoy y siempre ¿Cómo hacer a Dios partícipe de la muerte de alguien, Él que es el Dios de la vida? ¿Cómo se puede matar en el nombre de Dios? ¿Quiénes somos nosotros para decidir quién tiene o no tiene que vivir? ¿Tiene futuro una ideología que no le importe matar con tal de triunfar? ¿Puede ser creíble una ideología que no respeta el mandato que está escrito en el corazón humano, de no matarás?
Eva Belén y Eduardo, desde aquel día, están impresos en mi corazón y en el de sus familias y amigos y no podrán ser olvidados nunca, junto con todas las víctimas del terrorismo.
La mayor expresión del amor es el perdón. Pero, perdonar
también exige el cumplimiento de la justicia.
Desde mi afecto de creyente rezo por todas las víctimas
del terrorismo y propongo a toda mi diócesis que rece por la intención de que desaparezca de la humanidad el terrorismo que es la mayor ofensa al Corazón de Dios y a las personas, sobre todo, en aquellos hechos que por desgracia, nos recuerdan tantos actos de terrorismo que han destrozado a la humanidad y a tantas familias. Que no solamente el 11 de septiembre, el 7 de enero (Atentado de París) y el 11 de marzo sino, que también recordemos siempre que la paz debe ser la meta a la que debe aspirar todo ser humano y que debe contraponerse contra todo tipo de terrorismo que, por otra parte, jamás puede tener justificación. Elevemos nuestras oraciones para que estalle la paz total en nuestra tierra para que nadie intente imponer sus ideas a través de la muerte de quien o quienes no piensen como ellos. La paz significa entendimiento entre los pueblos y, por lo tanto, entre sus gentes. Las ideas como la religión, jamás deben imponerse sino proponerse y que juegue su papel ese don tan preciado que es la libertad de todos y cada uno de nosotros.
Respetemos que otro u otros puedan pensar o creer en algo distinto a lo que nosotros pensemos o creamos, aunque creamos que nuestro pensamiento o nuestra religión sea la verdadera. Para ello, solamente tendremos que utilizar un arma que no es otra que la palabra razonada. Cuando esto llegue, habremos conseguido que un amanecer lleno de esperanza invada nuestros corazones y, al mismo tiempo, estaremos en la senda adecuada para ofrecer un mundo mejor para todos.
Eva Belén y Eduardo, os llevamos en el corazón. ¡Dios mío, cuánto dolor! Solo la esperanza cristiana nos alienta a la reconciliación y, por tanto, al perdón.

+Francisco Cerro Chaves

Obispo de Coria-Cáceres