sábado, 21 de febrero de 2015

DE UNA “MEMORIA HERIDA” EN EL AYER A UN CORAZÓN AGRADECIDO EN EL HOY

DE UNA “MEMORIA HERIDA” EN EL AYER A UN CORAZÓN AGRADECIDO EN EL HOY



Decía Sartre que cada uno puede llegar a vivir de los recuerdos que nos ayudan o nos hunden, para vivir con una “memoria agradecida” o con un recuerdo que nos hunde y que no nos ayuda nada. Aquí nos jugamos nuestra felicidad y nuestra santidad. ¿Qué recuerdos elegimos del pasado para vivir en el hoy? Estoy convencido de que tres claves pueden marcar la llegada a donde se bifurca la elección; o elegimos vivir agradecidos o elegimos la amargura de quien opta por vivir en los recuerdos de una “memoria herida” y, por tanto, “lamiéndose” sus recuerdos, que alimentan su tristeza. Es curioso que personas formadas y con una gran sensibilidad, todos las conocemos, han elegido vivir siempre en recuerdos que, una y otra vez, traen a la memoria y que hacen que su vida sea un sin vivir. ¿Dónde está la gravedad de este estilo de vida? En que sin darse cuenta, se han situado en un narcisismo, en un protagonismo, en un victimismo, que a golpe de repetir, ni siquiera ellos se dan cuenta. ¡Y eso que son muy inteligentes!, pero no se quieren mover para llegar a una vida terriblemente triste como “profetas de calamidades”. Me atrevo, desde mi experiencia, a buscar una salida, en tres principios muy sencillos y claros. 1. A aquello que no me ayuda a vivir con esperanza en el hoy, no hay que darle cabida. El pasado no existe. Solo se puede vivir con una memoria que ayude a vivir el presente en la alegría de la esperanza. Volver al pasado, como “el perro al vómito”, no ayuda nada ni siquiera a los que buscan el alivio del malestar del presente refugiándose en un cierto alivio del recuerdo de una nostalgia. Nadie tiene la culpa de mi malestar hoy, si yo no le dejo entrar en mi corazón. 2. Las heridas se sanan y curan no hurgando en ellas sino aceptándolas. Aceptar que el olvido no es fácil, sin embargo, potenciar el recuerdo agradable para situar desde el Amor de Dios toda mi vida. La “memoria herida” no tendría cabida si no la dejamos habitar, como nos recuerda aquella poesía tan conocida, “Vengo con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida”. Son las tres heridas que, mientras vivimos, solo se pueden curar cuando el centro lo ocupa Cristo crucificado y resucitado y no nuestro propio yo tan propenso a creernos que todo está contra nosotros. 3. ¿Cómo se pasa de una memoria herida a un corazón agradecido? Cuando somos capaces de ser un corazón en “salida”, no un corazón que se refugia sobre sí mismo y vive en sus heridas, salpicando a los que tenemos alrededor que son “víctimas” de nuestras propias tristezas y desánimos. Es mucho lo que nos jugamos en el corazón. Un corazón que no está habitado por la Trinidad puede convertirse, como dice la Biblia, “en una soledad poblada de aullidos”. ¿No es un aullido en el corazón la herida de quien no sabe salir de sí mismo? ¿No es “condenarse” a no ser feliz cuando uno vive con los recuerdos, que, a veces, uno ha llegado a golpe de proponerse un “no vivir”? El subrayado de sus heridas, más o menos conscientes, todos sabemos donde acaba. No deja de ser un interrogante que personas inteligentes se hayan quedado en la memoria herida, por tanto, en una tristeza mortal. ¿No sería mejor para todos la “memoria agradecida”? Nos iría mejor, empezando por el que lo sufre en su propia carne.

+Francisco Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres