DE
UNA “MEMORIA HERIDA” EN EL AYER A UN CORAZÓN AGRADECIDO EN EL HOY
Decía Sartre que cada uno
puede llegar a vivir de los recuerdos que nos ayudan o nos hunden, para vivir
con una “memoria agradecida” o con un recuerdo que nos hunde y que no nos ayuda
nada. Aquí nos jugamos nuestra felicidad y nuestra santidad. ¿Qué recuerdos
elegimos del pasado para vivir en el hoy? Estoy convencido de que tres claves
pueden marcar la llegada a donde se bifurca la elección; o elegimos vivir
agradecidos o elegimos la amargura de quien opta por vivir en los recuerdos de
una “memoria herida” y, por tanto, “lamiéndose” sus recuerdos, que alimentan su
tristeza. Es curioso que personas formadas y con una gran sensibilidad, todos
las conocemos, han elegido vivir siempre en recuerdos que, una y otra vez,
traen a la memoria y que hacen que su vida sea un sin vivir. ¿Dónde está la
gravedad de este estilo de vida? En que sin darse cuenta, se han situado en un
narcisismo, en un protagonismo, en un victimismo, que a golpe de repetir, ni
siquiera ellos se dan cuenta. ¡Y eso que son muy inteligentes!, pero no se
quieren mover para llegar a una vida terriblemente triste como “profetas de
calamidades”. Me atrevo, desde mi experiencia, a buscar una salida, en tres
principios muy sencillos y claros. 1. A aquello que no me ayuda a vivir con
esperanza en el hoy, no hay que darle cabida. El pasado no existe. Solo se
puede vivir con una memoria que ayude a vivir el presente en la alegría de la
esperanza. Volver al pasado, como “el perro al vómito”, no ayuda nada ni
siquiera a los que buscan el alivio del malestar del presente refugiándose en
un cierto alivio del recuerdo de una nostalgia. Nadie tiene la culpa de mi
malestar hoy, si yo no le dejo entrar en mi corazón. 2. Las heridas se sanan y
curan no hurgando en ellas sino aceptándolas. Aceptar que el olvido no es
fácil, sin embargo, potenciar el recuerdo agradable para situar desde el Amor
de Dios toda mi vida. La “memoria herida” no tendría cabida si no la dejamos
habitar, como nos recuerda aquella poesía tan conocida, “Vengo con tres
heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida”. Son las tres heridas
que, mientras vivimos, solo se pueden curar cuando el centro lo ocupa Cristo
crucificado y resucitado y no nuestro propio yo tan propenso a creernos que
todo está contra nosotros. 3. ¿Cómo se pasa de una memoria herida a un corazón
agradecido? Cuando somos capaces de ser un corazón en “salida”, no un corazón
que se refugia sobre sí mismo y vive en sus heridas, salpicando a los que
tenemos alrededor que son “víctimas” de nuestras propias tristezas y desánimos.
Es mucho lo que nos jugamos en el corazón. Un corazón que no está habitado por
la Trinidad puede convertirse, como dice la Biblia, “en una soledad poblada de
aullidos”. ¿No es un aullido en el corazón la herida de quien no sabe salir de
sí mismo? ¿No es “condenarse” a no ser feliz cuando uno vive con los recuerdos,
que, a veces, uno ha llegado a golpe de proponerse un “no vivir”? El subrayado
de sus heridas, más o menos conscientes, todos sabemos donde acaba. No deja de
ser un interrogante que personas inteligentes se hayan quedado en la memoria
herida, por tanto, en una tristeza mortal. ¿No sería mejor para todos la
“memoria agradecida”? Nos iría mejor, empezando por el que lo sufre en su propia
carne.
+Francisco Cerro
Chaves
Obispo de
Coria-Cáceres