martes, 23 de septiembre de 2014

La luz de Dios


(Orar con Mc. 9, 2-10)
En el camino del seguimiento de Cristo hasta la Cruz, se encuentra el Monte de la Transfiguración. Es necesario subir al monte de la contemplación para aceptar y vivir en el valle de la desfiguración. La Iglesia siempre ha leído este texto como una llamada a la oración en medio de las dificultades, como una llamada a contemplar, para ser como una vidriera que deja transparentar la luz de Dios. No podemos bajar al valle de la desfiguración, donde está la cruz desnuda, donde nuestros hermanos viven tremendos sufrimientos, sin subir al monte de la contemplación. Es necesario subir para bajar y bajar para subir. Es decir, no podemos vivir sin la dimensión contemplativa de nuestra vida que es el Monte de la Transfiguración, y no es auténtica esta subida si no lleva el signo de bajar al sufrimiento de nuestros hermanos. El cristiano del futuro será, a la vez, profundamente contemplativo y, además, vivirá inserto en el sufrimiento, en el valle del dolor de cada persona.
En esta subida al Monte de la contemplación, se nos recuerda nuestra profunda identidad de cristiano, que es el objetivo de la Cuaresma, es decir, renovar nuestro Bautismo. Por una parte, somos hijos amados. Ésta es nuestra profunda identidad, mi nombre es el hijo amado de Dios. En Jesús, el Hijo, todos somos hijos amados por nuestro Bautismo. Si me preguntasen cuál es mi profunda identidad de cristiano les diría: «Soy amado del Padre. Soy hijo amado de Dios. Éste es mi carnet de identidad». Así me llama el Padre, como a Jesús. En medio de este complicado mundo, he descubierto que Dios me llama por mi nombre, soy amado. Pero, para descubrirlo, es necesario subir al Monte de la contemplación.
Por otra parte, mi vida debe estar determinada por la escucha de la Palabra de Dios, por la voluntad de Dios que me lleva siempre a entregar la vida por amor, sabiendo que la cruz es el camino, pero no el destino, el destino es la Vida y la Resurrección. Sólo en la medida en que escucho al Señor y escucho a mis hermanos, vivo con las dos alas de la libertad y del amor. La intimidad con el Señor en el Monte de la contemplación, escuchando su Palabra, y la sintonía escuchando en el valle de la vida la desfiguración de nuestros hermanos. Es curioso que el Padre dice en el Monte: «Escuchadlo», y, sin embargo, comienza a hablar más adelante, cuando se encuentra con el endemoniado epiléptico, es decir, en el valle de la vida y del sufrimiento. Siempre podemos encontrar a Dios en el Monte de la contemplación, donde somos transfigurados por su amor, y en el valle de la vida, contemplando el rostro de todos los desfigurados por la cruz y el sufrimiento.
+ Francisco Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres