Toda
nuestra oración está envuelta en el misterio. Un misterio que es luminoso. Es
el misterio del Dios encarnado que es capaz de amar con corazón humano.
A
mí, el misterio de su ternura me sugiere siempre, en los ratos de oración, que
tenemos que extasiarnos y admirarnos ante el amor. La ternura de Dios es la
capacidad de dejarse seducir por nosotros y de acercarse a nosotros en pobreza,
para que no le tengamos miedo, pues ahora su amor es como una gallina
recogiendo a sus polluelos; verdaderamente nos ha visitado “la entrañable
misericordia de nuestro Dios”.