(Marcos 1, 29-39)

Nuestra tierra, nuestra gente, tiene la impresión real de una profunda soledad,
de sufrimientos enormes que no se pueden compartir con nadie, de dramas que la
Humanidad a veces vive sola. Sin lugar a dudas, el Señor sigue estando
presente, alentando y curando los corazones destrozados; pero también es verdad
que es misión de su Iglesia. Nosotros también tenemos que, como Jesús, pasar
haciendo el bien. Son muchos los que buscan un consuelo que no encuentran;
por eso es tan necesario que nos dediquemos, sobre todo, a la gente que sufre.
Es necesario volver al corazón humano; estar cerca de los enfermos; acudir a
los que nos necesitan y ser capaces de transmitir la fe, que es el antídoto
contra toda soledad. El sufrimiento tiene fecha de caducidad cuando vivimos el
gozo del amor de Dios y compartimos con nuestros hermanos. ¿Te atreves?
El Evangelio, que siempre es buena noticia, es también una puerta abierta a
la esperanza. Ayer, como hoy, Jesús recorre todos los caminos de la vida,
sembrando un estilo y una manera nueva de vivir. Nada de fatalismos. Nada de
maldecir la oscuridad. Hay que encender luces a todos aquellos que, en medio
del mundo, viven siempre buscando la salvación que tiene un nombre: Jesús.