En mi última estancia en Roma, como siempre en San Pedro,
estuve un rato rezando.
Un niño pequeño de rodillas, con su padre al lado,
rezaba.
Me pareció una imagen muy hermosa de lo que es nuestra
relación con Dios
Aquel rato se me pasó volando, Al contemplar al Dios de
la vida también veía la vida de un niño que ponía sus ojos asombrados ante el
Misterio. No es cuestión de creer que Dios es un jeroglífico. Qué bien que
tiene corazón y se puede hablar con él, cara a cara, como habla un hombre con
su amigo.
Así hablaban con Dios Moisés, Jacob, María… y este niño
puesto de rodillas, muy serio él. Solamente balbucía al modo de Jesús que decía
una y otra vez “Abbá”.