Siempre me ha impresionado la Navidad. Dios que se hace
“bebé”, para amarnos a todos con un corazón humano.
La Encarnación es la novedad permanente del cristianismo.
Mientras que las demás religiones son un intento del hombre por encontrar a
Dios, en el cristianismo ha sido Dios el que ha querido encontrarse con el
hombre. Ha deseado vivir la vida humana, para que el hombre viva la vida divina.
Ha buscado insertarse en una historia, para que el hombre descubra a Dios en la
vida de cada día.
El Señor se ha hecho hombre, tierra, barro, corazón, para
poder hablar y amar con el lenguaje humano y para decirnos que Él está cerca de
todos, pues por la Encarnación se ha hecho compañero inseparable de cada
persona.
El Hijo eterno, el Verbo de Dios, la segunda persona de
la Trinidad, se ha hecho hombre y es nuestro
Salvador. Esto significa que el Señor ha querido vivir nuestra propia
vida, vivir todo lo humano. Por tanto, todo lo que nosotros vivimos es digno de
ser vivido.
Dios se ha hecho hombre con todas las consecuencias y ha
querido vivir de verdad nuestra vida. Nos hace una llamada constante a
reconciliarnos con nosotros mismos, con nuestra vida, con las dificultades del
camino, con todo lo que el Señor quiere o permite en nuestra existencia.
Jesús ha recorrido todas las etapas de la vida humana: ha
sido niño, adolescente, joven, adulto. Y todo lo ha vivido amando con un
corazón humano, para decirnos que desde todas las realidades de nuestra vida
podemos encontrarnos con el Dios de la Vida, que ha vivido amando con un corazón
humano.
¿Te atreves a creerte que Dios se hizo hombre porque
quería amarte con un corazón humano?
¿Te atreves a creerte que el Señor quiere vivir en ti
todos sus misterios: Belén, Nazaret, la Cruz, la Resurrección?
¿Te atreves a reconciliarte con tu vida, que no es nada
vulgar cuando se vive desde Cristo, pues desde cualquier situación humana me
puedo unir al Corazón Redentor de Cristo?