El Señor tiene sed de mi amor. Jesús es el “agua viva” y
el sediento. Tiene sed de amar “hasta el extremo” y sed de ser la fuente de
agua que brota “hasta la vida eterna”.
Cuando del Corazón traspasado de Cristo en la cruz sale sangre y agua (Jn. 19, 34), el
evangelista ve cumplido que Jesús es la fuente de agua viva donde pueden acudir
todos los sedientos de amor para alcanzar la salvación.
El hombre necesita beber del Amor y amar “dando la vida”;
para eso tiene que beber de la fuente de agua viva que es el Corazón traspasado
del Señor.
Los israelitas en el desierto buscaban fuentes de agua
para saciar su sed. Los hombres de todos los tiempos tratan de saciar su sed de
amar y lo encuentran en Cristo, que abre de par en par su Corazón para decirnos
que nos ama siempre y con locura.
El Corazón de Jesús es un Corazón sin puertas. Es fuente
de donde brota la verdadera libertad y el verdadero amor. Sin Jesús, el hombre
muere de tristeza y agoniza por falta de amor. Encontrar a Jesús es encontrar
en el “desierto de la vida” el verdadero amor que sacia plenamente nuestros
corazones.
Es curioso que san Juan, que siempre habla del agua como
vida al contemplar a Cristo muerto en la cruz y ver brotar “agua y sangre” de
su costado es como si viese un adelanto de la resurrección: en el Crucificado,
del que brota “agua”, viene galopando ya la resurrección y la vida.
Jesús es el agua viva, que sacia nuestro corazón sediento
de amor. Por Él, con Él y en Él, encontramos que el “agua viva” nunca dejará de
brotar de su Corazón abierto. En Él, el hombre encuentra el gozo de “beber” de
la fuente de la salvación. El Corazón de Jesús, fuente de agua viva, es nuestra
salvación; nuestra esperanza de que Dios nos ama siempre y sin puertas, con
Corazón abierto y redentor, para que los hombres “tengan vida y la tengan en
abundancia”.