Orar
al Absoluto, al Dios que no cabe en el universo, es creer que Dios está más
cerca de mí que del átomo y de la rosa.
En
mi oración he ido teniendo cada vez más la actitud de adorar. Siempre me ha
parecido increíble descubrir a Dios, presente en la Eucaristía, y a la vez
necesitado del cariño de los hombres. El Absoluto mendigando de sus criaturas.
El Poderoso, sembrando de flores nuestra tierra para que, a través de ellas, se
descubra que Dios nunca olvida a la gente.
Parece
como que Dios tiene más necesidad de mí que yo de Él. Nos quiere a rabiar. Nos
ama desde su ser Absoluto.
Muchas
veces mi oración se convierte en adoración. Sin palabras, dejo que hable mi
cuerpo, que se postra delante del Absoluto.
Entonces
me quedo en silencio y descubro que sobran palabras y hace falta cariño. Sobran
elucubraciones y falta santidad. Sobra discurrir y falta actitud de acogida al
misterio que tengo delante en la Eucaristía.
El
Absoluto, por amor, se convierte en presencia en un poco de pan y un poco de
vino. Se queda con nosotros para siempre, no unas horas, ni en un lugar
concreto, sino siempre Vivo en los muchos lugares donde su presencia
eucarística se convierte en amor a todos.