Editorial: Monte Carmelo
Año de edición: 2011
ISBN: 978-84-8353-351-2
Hay quien dice que el relato del Buen
Samaritano da por hecho un problema estructural que es el origen de la
historia: había salteadores en el camino que unía Jericó con Jerusalén. Y, por
lo tanto, si el amor al prójimo lleva a cuidarnos del herido también nos ha de
llevar a crear las condiciones sociales para que los heridos y salteadores sean
cada vez menos o incluso desaparezcan. Caridad y compromiso con la paz y la
justicia van necesariamente unidos.
Toda la Iglesia tiene que vivir la caridad
que siempre “manifiesta el amor de Dios
otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el
mundo”, dice Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate. Podemos decir que la Iglesia, cuando organiza
y realiza obras de justicia y caridad, está evangelizando con las manos, con el
testimonio, y lo hace por medio de sus propias instituciones sociocaritativas
en las que desempeñan un papel prioritario el conjunto de sus fieles laicos.
En efecto, es tarea peculiar de los laicos
la organización del mundo según el corazón de Dios, de modo que no haya
salteadores de caminos ni, consecuentemente, heridos abandonados en la cuneta.
La Iglesia en su conjunto, y cada uno de sus miembros, es samaritana cuando
procura un orden social más justo, más pacífico y más fraterno y cuando cura y
acompaña a los colectivos que son excluidos de la mesa común. Entre los que cabe
destacar hoy día colectivos tan dolientes como los parados, emigrantes,
ancianos, enfermos, personas solas, etc…, a quienes se refiere más en concreto
el autor de estas páginas como obispo de su entrañable diócesis de Coria-Cáceres.
(De la contraportada
del libro)