Editorial: Monte Carmelo
Año de edición: 2003
ISBN: 978-84-7239-439-1
Don
Manuel ora y enseña a orar
Se editan por vez primera las oraciones del Obispo del Sagrario abandonado, don
Manuel González García. El lector verá a través de ellas, cómo oraba y cómo
enseñó a orar este maestro de oración. Y comprobará qué fácil e orar en cada
circunstancia de nuestra vida y en el lugar en que nos encontramos.
Se advierte enseguida que, si don Manuel enseñó a orar, es porque había aprendido
a orar desde niño. Nadie da lo que no tiene, y nadie puede, por tanto, enseñar
una ciencia, o un arte, si no tiene conocimiento de ellos. Cuando se ha
experimentado lo que se enseña, la invitación arrastra.
Don Manuel oró
“Practicó
(la oración) desde muy niño estando todavía en casa de sus padres Y así fue
toda su vida: fue siempre un hombre de intensa oración que le provenía de su
ardiente fe, de su espíritu de reparación ante el Sagrario y de su profunda
caridad y celo por la gloria de Dios”.
Resulta encantador a la hora de verificar
estas afirmaciones, lo que cuenta uno de sus biógrafos:
“Acaba de llegar Manolito de la calle y
encuentra a su madre preocupada.
— Mamá ¿qué le pasa?
— Nada, hijo mío… Esto no lo
puede arreglar más que la Virgen. Anda, llévate a tus hermanitos, y cuéntale a
la Virgen de la Alegría lo que me pasa.
Los cogió de la mano, penetró en el templo,
los puso de rodillas a su lado frente al altar de la Virgen, cruzó los brazos,
clavó en la imagen aquellos ojos azules como su manto, y de esta manera habló:
— Madre mía, dice mi mamá que
hoy tiene u apuro…
Y siguió contándoselo todo, para que se
enterara bien aquella Virgen bonita del camarín…
Sus hermanitos cansados ya de estar de
rodillas, poco a poco iban dejando caer el cuerpo sobre los sufridos tobillos…
Por fin acabó el relato de sus penas…
— Ea, vamos, pero antes la
despedida.
Y todos comenzaron a rezar la oración que
les había enseñado su madre:
Virgen Santísima,
Madre piadosa,
amparadme ahora
y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
A lo largo de su existencia, tanto en los
años de seminario como después siendo sacerdote y obispo, don Manuel vivió vida de oración. Son muchos los
testimonios que podríamos aducir. Recogemos solamente algunos.
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“Lo vi muchas veces y muchas
horas delante del Sagrario… Cuando se le encontraba ante el Santísimo,
edificaba muchísimo y aumentaba el espíritu de fe de quien lo venía. Decía la
santa misa con tal devoción y de un modo especial se le veía endiosado desde el
prefacio. Su misa era algo especial, como si tocase o viese al Señor en las
sagradas especies”.
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“Se pasaba largas horas delante del Sagrario,
diciendo que iba a ver al Amigo. A la santa Misa se preparaba con exquisito
cuidado… La acción de gracias también devota y a veces larga”.
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“Era un algo especial de oración e intimidad
con Dios, que le salía a relucir en cada momento. Lo percibían quienes andaban
alrededor de él o le trataban íntimamente… Fue la constante de toda su vida, a
pesar de sus preocupaciones y por encima de las tribulaciones tan penosas por
las que hubo de pasar”.
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“Constantemente estaba unido a Dios porque lo
que vivía era vida de oración, por eso le salía en sus palabras…. Sólo verle
celebrar la santa misa, equivalía a un sermón… Y era continua su oración
porque, fuera de sus ocupaciones, se le veía unido a Dios por la oración…
Siendo Prelado estaba con frecuencia en la capilla”.
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Ser y estar, dos verbos que se conjugan al
unísono en la vida de este apóstol que, como santo Domingo de Guzmán —palentino igualmente en sus años de
formación teológica— “raramente hablaba, a no ser con Dios, en la oración,
o de Dios, y esto mismo aconsejaba a sus hermanos”.
(Del prólogo del
libro)