Editorial: EDAPOR (Editorial del
Apostolado de la Oración)
Año de edición: 1997
ISBN: 978-84-85662-95-1
Que no nos roben la alegría
Hace tiempo, asistí a tres conferencias que
daban unos conocidos intelectuales, famosos por el éxito de sus libros, sobre
la relación entre la cultura y la fe. Los tres se definieron agnósticos y que
habían perdido la fe.
Al terminar las conferencias dejaron en mí
un aire de tristeza, que me empujó a escribir este libro. Uno de ellos confesó
su insatisfacción, su tristeza y que no tenía más que pasado. No creía en el
futuro y el presente le resultaba duro de pelar.
Reflexionando pensé también en la tristeza
de algunos creyentes. Vamos perdiendo la alegría; el gozo parece que no
acompaña el caminar de nuestros pasos. Me lo he preguntado muchas veces. ¿Qué
nos falta?... Tenemos más medios, más actitudes críticas. Creemos que mejor
formación. A veces tenemos en nuestros labios la denuncia profética, incluso
deseamos vivir el servicio a los más pobres… Pero nos falta alegría. Ya nuestro
corazón no “canta” la alegría de
haber conocido el Amor. Ahora, después de años de sacerdocio, de vida
religiosa, de compromiso militante…, hemos perdido en que vamos teniendo
tristeza de fondo; a veces en los casos más graves, hasta asoma una cierta
amargura. ¿Qué nos pasa?
Pero… si ahora estamos más comprometidos. Si
estamos más preparados. Si nuestra vida ahora es más auténtica. Pero ya nuestro
corazón no canta, como Francisco o Teresa.
Cuando tengo que dar algún retiro, a
cristianos comprometidos, siempre comienzo con esta pregunta: ¿Qué echas de
menos de lo que tenías cuando empezaste el balbuceo de tu vida cristiana? ¿Eres
ahora más feliz? ¿Serías capaz, con tu vida, con tus palabras, de decirle ahora
a los que vas conociendo, sobre todo jóvenes, que vale la pena el seguimiento
de Cristo?.
A veces pienso que muchos cristianos sólo
tienen pasado. Han perdido la alegría de vivir con gozo el presente, de mirar
con alegría al que le sigue. El encuentro con el Señor es siempre un gozo
desbordante. ¿No estará, quizás, aquí la crisis vocacional que padecemos? ¿No
nos dirán con los hechos muchos jóvenes que para vivir lo que vivimos no merece
la pena entregarse?
Ahora todo lo queremos solucionar con proyectos
pastorales, esquemas, dinámicas, y la gente… no tiene vida; agoniza de tristeza
por los senderos de nuestra tierra. Yo creo que nos falta “el amor primero”, es decir, una unión más fuerte con Cristo, la
intimidad con su Corazón. Nos faltan ratos de Eucaristía, de Sagrario, de
bucear en la palabra de Dios, de silencio fecundo, de oración como la de
Magdalena a los pies del Señor.
Nos falta la alegría de creer. El gozo
desbordante de “quien ha conocido el
Amor”. Ante eso, muchos buscan soluciones en caminos que no conducen a
nada. Lo más terrible de muchos cristianos es que les falta la esperanza del
encuentro con Dios.
A veces son como agnósticos prácticos. Se
mueven, se reúnen, hablan, pero les falta la alegría del Evangelio.
Aquella conferencia en una ciudad de Europa,
nos dejó a todos con una tristeza profunda en el corazón. Nosotros, que tenemos
el don de la fe, tenemos futuro y pasado y, sobre todo, presente, porque el
Señor es el mismo “ayer, hoy y siempre”.
Vayamos a beber de la fuente del Agua Viva
que es el Corazón de Cristo. Hagamos lo que tengamos que hacer, pero no
perdamos nunca la sabiduría de los pobres, de los que saben ir a lo esencial
que es “invisible a los ojos”. Los
que saben que la alegría es patrimonio del corazón enamorado que conoce a
Cristo y se lanza, sin miedo, a llevar a los hombre la Buena Noticia.
A veces vivimos sin ilusión porque hemos
perdido la capacidad de asombro, de maravillarnos, que pertenece al corazón
contemplativo. Seamos sinceros: o llenamos nuestro corazón de Cristo y la
alegría brota espontáneamente, o buscamos llenarnos de lo que sea, aunque el
corazón se muera de tristeza.
(De la “Presentación” del
libro)