DOMINGO V
DEL TIEMPO ORDINARIO 2018
Mc,
1, 29-39
DESEAR
CURAR
A Jesús le lleva el Corazón
a la intimidad con el Padre y a curar a los que sufren en su cuerpo y en su
alma. A la vida de Jesús le mueve el amor que unido al Padre, fuente de Amor,
le impulsa a curar, a ir a las aldeas, a las periferias, las físicas y las
existenciales, de las que habla tanto el Papa Francisco, para llevarles la
Buena Noticia de la salvación y la alegría.
Primero, cura a la suegra de
Pedro. Lo hace con la ternura y el amor con que siempre el Señor cuida y
sostiene a la mujer para que recupere la alegría de servir, de hospedar, de
acoger que por la fiebre no podía hacerlo. El Señor siempre nos cura para
servir y para amar. Su sanación es total.
Jesús la restablece en su dignidad
y la lleva a vivir en medio de su pueblo con la sabiduría de un amor que se
hace entrega, hospitalidad y servicio. El ansia de curar, el deseo de
devolverle una vida saludable es el estilo del Señor de la vida.
Vuelve a la oración, al
descampado, a la soledad de contemplar el lago que está pegando a la casa de
Pedro. Se une al Padre para vivir unido al que sufre. Por eso su oración no es
huida sino encuentro que le lleva a encontrarse y curar a los enfermos que le
traen de las aldeas.
La oración es siempre
intimidad fecunda con el Padre que nos lanza a vivir entregando la vida a los
enfermos y a los que viven inmersos en todo tipo de dolor y sufrimiento, que se
traduce en la incapacidad de llevar una vida con dignidad.
La vida pública de Jesús, el
Jesús caminante, que atraviesa aldeas, que recorre rincones, que se acerca al
lago, donde vive la gente, a curar a los enfermos, nos recuerda que su vida
como la nuestra puede cambiar de lugar, de paisaje, pero nunca de un corazón
que se entrega en todas las circunstancias de la vida.
+Francisco Cerro
Chaves
Obispo de
Coria-Cáceres