(Orar
con Jn. 2, 13-25)

Tenemos siempre el peligro de aguar el Evangelio, es decir, de que
perdamos parte de su significado como sal y luz. A Jesús le duele, sobre todo,
nuestra falta de coherencia, nuestra falta de entrega o que no nos tomemos en
serio lo más radical e importante del Evangelio, que no es otra cosa que
vivirlo todo desde el amor de Dios y el servicio de los hermanos. Cuando es mi
criterio y no el de Jesús, cuando es mi opinión y no la de Iglesia, cuando yo
me convierto en la norma de todo, entonces puedo convertir la casa del Señor en
un mercado donde todo vale y, sobre todo, acabo negociando con lo más justo y
sagrado que tiene el Evangelio, el Templo de Dios que es Jesús, y los
templos que son los corazones de los hermanos. Cuando no se ama, cuando no
nos importa nada ni nadie, entonces, es mucho el daño que hacemos convirtiendo
todo en un mercado, donde podemos comprar y vender, incluso negociando con las
cosas de Dios. Sólo una verdadera conversión nos hace salir de nuestros
egoísmos e intereses humanos.
Sólo la llamada profunda a dejar que sea la palabra de Dios la referencia
de nuestra vida y la caridad la que nos impulse a entregarnos sin medida a los
que sufren, haría que nuestra vida tenga el sello de autenticidad del
Evangelio. Es muy conveniente y necesario tomarnos en serio el Evangelio, el
seguimiento de Jesús, y vivir la caridad para que el espíritu de la Cuaresma
impregne toda nuestra vida del gozo del Evangelio.
Lo más grave de nuestra vida es pensar y vivir como si la misma ya no
tuviese solución. Es necesario recuperar la convicción de que todo lo puedo
en Aquel que me conforta, como decía san Pablo. De manera especial, tenemos
que pedirle al Señor que arroje de nuestro corazón todo aquello que anida en
nosotros y que nos impide crecer en el Amor.
+ Francisco
Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres