(Orar
con Mc. 9, 2-10)

En esta subida al Monte de la contemplación, se nos recuerda nuestra
profunda identidad de cristiano, que es el objetivo de la Cuaresma, es decir,
renovar nuestro Bautismo. Por una parte, somos hijos amados. Ésta es
nuestra profunda identidad, mi nombre es el hijo amado de Dios. En
Jesús, el Hijo, todos somos hijos amados por nuestro Bautismo. Si me
preguntasen cuál es mi profunda identidad de cristiano les diría: «Soy amado
del Padre. Soy hijo amado de Dios. Éste es mi carnet de identidad».
Así me llama el Padre, como a Jesús. En medio de este complicado mundo, he
descubierto que Dios me llama por mi nombre, soy amado. Pero, para descubrirlo,
es necesario subir al Monte de la contemplación.
Por otra parte, mi vida debe estar determinada por la escucha de la Palabra
de Dios, por la voluntad de Dios que me lleva siempre a entregar la vida por
amor, sabiendo que la cruz es el camino, pero no el destino, el destino es la
Vida y la Resurrección. Sólo en la medida en que escucho al Señor y escucho a
mis hermanos, vivo con las dos alas de la libertad y del amor. La intimidad con
el Señor en el Monte de la contemplación, escuchando su Palabra, y la sintonía
escuchando en el valle de la vida la desfiguración de nuestros hermanos. Es
curioso que el Padre dice en el Monte: «Escuchadlo», y, sin embargo,
comienza a hablar más adelante, cuando se encuentra con el endemoniado
epiléptico, es decir, en el valle de la vida y del sufrimiento. Siempre podemos
encontrar a Dios en el Monte de la contemplación, donde somos transfigurados
por su amor, y en el valle de la vida, contemplando el rostro de todos los
desfigurados por la cruz y el sufrimiento.
+ Francisco
Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres