(Orar con Lucas 2, 1-14)
Me impactó el
encuentro con un grupo de jóvenes que trataba, en su centro terapéutico, de
salir del imperio de la droga. Uno de ellos comentó: «Gracias a todos los
amigos visibles, que me han ayudado a salir de esta situación, y gracias sobre
todo al Amigo Invisible que ha sido clave en toda mi historia». ¿A quién
se refería? ¿Quién era ese Amigo Invisible siempre presente en su vida y
que, sin embargo, no se ve, aunque se siente su presencia?
Me acordé de la
Noche de Navidad. Recordé lo que dice el Prefacio de la Nochebuena: A través
de lo visible, hemos llegado al Amor de lo Invisible. Éste es el Misterio
luminoso de la Navidad. El Amigo Invisible se hace visible, para poder
decir lo del evangelista Juan: Lo que hemos visto y oído. Jesús se hace
bebé para que no tengamos miedo a Dios ¿Quién tiene miedo a un recién nacido?
¿Cómo no enternecerse ante un Niño que reclama ternura? Es hermoso descubrir la
cercanía de Dios, que es y será siempre el Amigo Invisible.
Ese juego del
amigo invisible que han realizado en muchos campamentos, en una convivencia, en
una fiesta familiar, es realidad en Jesús, el Amigo Invisible. Me lo
recordaba aquel muchacho que me decía que, para él, había sido imprescindible,
para salir de la droga y encontrar el verdadero camino de vuelta al Hogar. Como
decía san Juan de la Cruz: «La mayor presencia de Dios es su Aparente
ausencia».
Él vendrá en la
noche para iluminar todas nuestras oscuridades. Él no está lejos nunca. Sólo
hay que acogerlo, y en Él a todos los que, destruidos de la vida, no han
descubierto al Amigo Invisible, que se hace visible en la Noche de la
Navidad. El gozo de conocer a Jesús es saber que la Navidad es el adiós a
todas nuestras soledades, pues hemos conocido el Amor.
Sólo el Amigo
Invisible, llamado Jesús, nos recuerda el gozo y la alegría de ser
cristiano, como una manera de decir adiós a la soledad, porque Él nos acompaña
en todos los caminos de la vida.