Aquel
verano en Polonia, con el mazazo de una mañana en Auswitz, marcó de una manera
dramática mi corazón.
Allí, junto con todas las perversiones del corazón
humano, hubo respuestas de hombres y mujeres que han conmovido el mundo.
¡Cómo pudo llegar tan lejos, de una manera tan absurda,
el corazón humano!
Desde entonces vivo más con el convencimiento de lo que
puede un mundo sin Dios, que puede llegar a todas las atrocidades y vaivenes.
Recuerdo a Benedicto XVI: “nunca más, nunca más”