Estabas crucificado y me acerqué a Ti,
con mi manos de siempre manchadas por el pecado de la traición y de la
cobardía… Me esperabas cuando estaba crucificado junto a Ti.
Al mirarte a Ti comprendí que no tenía
que tener miedo. Aprendí a confiar, aunque estaba cargado con el peso de mis
pecados, pues Tú jamás rechazas al que acude a Ti con confianza.
Y eso me pasó a mi: que te encontré con
el Corazón abierto al perdón y a la amistad.
Hoy te miro una y otra vez crucificado y
voy comprendiendo que la autenticidad del amor, se mide por la capacidad de
entrega y sacrificio; de perdón, de amor y de misericordia.