(Orar
con Mc. 14,1-15,47 )
Aparentemente, nada tiene que ver la entrada triunfal de Jesús, en
Jerusalén, con el drama del Calvario del Viernes Santo y, sin embargo, esto es
más real que la vida misma. Es la historia que se repite y que aquí tiene como
protagonista el Corazón manso y humilde de Jesús, que se pone en manos
de sus hermanos, los hombres.
Fue llevado como cordero al matadero. Sabía que, como dice el Evangelio, nadie
me quita la vida, soy yo el que la entrego por la redención del mundo. Va a
la muerte, como dice la Plegaria eucarística, voluntariamente aceptada.
Detrás de los hechos, detrás de los errores humanos, detrás de toda la
barbarie, que se ceba contra Cristo, existe una realidad mucho más profunda y
real: la entrega de su Vida por Amor. Pasa por lo que tenga que pasar
con tal de decirnos, una y otra vez, con su vida, que nos ama. La Pasión es la
mayor declaración de amor del Padre y del Hijo a cada persona. Es el Te
quiero permanente de Dios a la Humanidad. ¿Podríamos creer en un Dios al
que nuestra vida no le hubiese costado su sangre? La expresión paulina de que hemos
sido comprados con su sangre, nos alienta y nos recuerda el valor que da
Dios a nuestra vida. Nos llena de la verdadera autoestima, y es que, cuando
pienso que no valgo para nada, que mi vida no le interesa casi a nadie, nos
quedas Tú, Señor. Eres Tú el que con tu pasión, muerte y resurrección nos
recuerdas un amor que siempre nace en medio de todas las dificultades y
problemas de la vida. La Pasión nos recuerda y nos convence de que nada ni
nadie nos podrá quitar el amor de Jesús. Es un Amor que siempre sale a
nuestro favor. Como escribieron los jóvenes en el muro de Berlín, Dios está
con nosotros, no contra nosotros.
El descubrimiento de la Pasión de Cristo borra todas nuestras dudas e
incertidumbres sobre lo que es y debe ser nuestra vida. Somos infinitamente
amados por un Dios que vive, muere y resucita por nosotros los hombres y por
nuestra salvación.
Al descubrir la entrada de Jesús en Jerusalén, al leer la Pasión de Cristo
en este Domingo, la Iglesia nos recuerda el sorprendente amor de Dios. Decía
Carlos de Foucault: «Me enamoré de Cristo crucificado y no quiero contemplar
nada más».
Ésta es la esperanza y la alegría de nuestra vida, éste es el gozo
desbordante de nuestra existencia. Nada está perdido cuando descubrimos el amor
de Dios. Tu vida lo vale todo para Dios y lo puedes descubrir en su Pasión. Su
amor es verdaderamente el motor que mueve el mundo. Descubrirlo es la auténtica
gozada de la vida. Lo que nos descubre la Pasión del Señor es que su amor va
más allá de nuestras miserias. Lo que importa es amar y amar hasta el final, amar
hasta el extremo, como nos enseña la pasión, muerte y resurrección de
Cristo que celebramos en el Triduo Pascual.
+ Francisco
Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres