(Orar con Mc. 1, 1-11)
María creyó en el Dios de lo imposible. ¿Es que Dios puede ser acaso
distinto al Dios de lo imposible? Cuando fallan todas nuestras magníficas ideas,
cuando la crisis nos deja aún más pobres y parece que se hunde
irremediablemente en el fracaso de lo imposible, todavía nos queda el Señor.
Nos queda su Amor. Cuando aparentemente todas las soluciones, una tras otra,
demuestran el fracaso de que la realidad se nos escapa de las manos, apareces
Tú y, de pronto, la noche queda herida por la luz.
Es algo parecido a lo que ocurrió con aquel leproso. La lepra era un signo
de enfermedad incurable, de que no tenía solución, de la marginación total de
los demás, incluso hasta podría parecer del castigo y del abandono de Dios. Y,
de pronto, Jesús se acerca. Siempre te acercas Tú, Señor, a todas nuestras
lepras. Eres tan bueno que hasta nos pides permiso para mirarnos. Sólo pediste
su fe, como pides la mía, en el Dios de lo imposible. Me dijiste que la
lepra más incurable es la lepra del corazón. Es lo que no sabes compartir. Es
lo de aquellos que nunca miran a los ojos y tampoco escuchan. Pero Tú no fuiste
así. Cuando todos huían de los leprosos, Tú te acercaste, como lo hará después
Francisco de Asís, buscando y besando a aquel leproso, y como lo sigue haciendo
la Iglesia-Madre en los miles de personas que sufren; y lo hace tan gratuito y
desinteresado como lo hizo el Señor. Sólo el acercarse a los que sufren es el
inicio de toda curación. Y, de pronto, se hizo el milagro. Aquel leproso
recobró la salud, recobró la esperanza al contemplarte a Ti. No se instaló en
su dolor. Se abrió, porque contigo todo es distinto. Y se fue entusiasmado y
cantando una canción, cantando a todos el Amor de Jesús.
Si quieres, puedes; en el fondo, es la afirmación más grande: saber que,
detrás de la noche, viene galopando el día y que la solución tiene el nombre de
Cristo en nuestra vida. Sólo hay que decir: Si quieres, puedes.
+ Francisco
Cerro Chaves
Obispo de Coria-Cáceres