El
mundo me arrastró por la fuerza hasta tu presencia. Me trató con una dureza que
me cuesta olvidar. Sin embargo, cuando te ví, todo se iluminó. Me habían
sorprendido los “fariseos de la vida” y me condenaban a morir “apedreada” por
todos los egoísmos.
Casi
sin fuerzas, te vi que estabas sentado en el suelo y escribías… Quizá eran mis
renglones torcidos que Tú escribías derechos. En vez de piedras, vi que Tú
descargaste sobre mi tu ternura. Tu amor me perdonó y ahora…, cuando todavía
recuerdo la escena, inunda mi vida una alegría inexplicable como el paso del
Camino, hacia la Vida verdadera.
“No
peques más”…, pues esto sería no vivir… Es inexplicable tu Amor que vuelve a mi
con el ímpetu de enamorado. Tu Amor es distinto a todo lo que había conocido…
¡Cómo podré pagar todo el bien que me has hecho!...